En los últimos años hemos visto como tanto las sociedades en general como, muy especialmente, los sectores académicos han incrementado su interés hacia los asuntos de ámbito internacional. El Master propuesto constituye una herramienta básica de conocimiento y comprensión de esta realidad compleja y, también, de instrumentos y pautas para intervenir en ella. Aspectos de la vida internacional vinculados a la seguridad; el desarrollo; la configuración de una nueva estructura de poder en el sistema internacional – con la aparición de la Unión Europea como actor global con capacidad para incidir en las relaciones internacionales, y en particular en algunos ámbitos como el comercial, el político, el ambiental, el energético e incluso el de seguridad – ; el ejercicio por parte de Estados Unidos de una determinada forma de hegemonía; la aparición de potencias emergentes como China, Brasil o India; y el papel de las organizaciones intergubernamentales y el multilateralismo en la gobernanza de la sociedad internacional; o los cambios en la economía política internacional y el avance del regionalismo han hecho que los ciudadanos, las sociedades y los estados se vean cada vez más comprometidos con una realidad que traspasa las fronteras estatales y afecta de forma directa su vida cotidiana.
Los fenómenos políticos, sociales y económicos se hacen comprensibles cada vez más a la luz de los acontecimientos transfronterizos, y resulta imprescindible conocer las dinámicas, actores y estructuras que mueven el mundo para comprender nuestra realidad más cercana. Así, la sociedad internacional se ha visto fuertemente afectada por los acontecimientos que han condicionado la seguridad mundial en el sentido de generalizar un nuevo tipo de conflictos armados y necesidades globales (intervenciones y terrorismo internacionales). De manera similar, los problemas sociales y económicos (inestabilidades financieras, ciclos de crisis, hambre, pandemias sanitarias, violaciones graves de los derechos humanos, problemas demográficos) o las amenazas que pesan sobre el medio ambiente (cambio climático, biodiversidad, etc.), son dirigidos principalmente por políticas que arrancan de dinámicas internacionales. Las nuevas dimensiones en la estructura internacional plantean el gran problema pendiente de la última fase de la Guerra Fría: el desarrollo social y económico de los países de la periferia. Aunque la agenda internacional ha concedido un lugar privilegiado a los asuntos vinculados a la seguridad, es cada vez más patente la necesidad de una reestructuración de las relaciones entre el mundo rico y el mundo pobre. Todo esto hay que entenderlo en el marco de la evolución del concepto y la práctica del desarrollo que se ha convertido en las últimas décadas, el desarrollo humano.
Con el fin de la guerra fría, dos grandes problemas pasaron con rapidez a los primeros lugares de la agenda política internacional: la globalización y las “nuevas guerras”, los nuevos conflictos armados y los nuevos rostros de la violencia. En el caso de la globalización, primero se puso el énfasis en su carácter de proyecto orientado a lograr el desarrollo y la paz en el mundo (teorías de la paz liberal; dividendo de la paz, consenso liberal sobre construcción de la paz) y, posteriormente, en los factores claramente negativos o conflictivos (enfoques neoliberales que han fomentado ausencia de reglas, exclusión social y pobreza, fomento de la injusticia y, por último, formas de terrorismo global).
Concretamente, a mediados de los años noventa se constató que la mayoría de los problemas a los que se enfrentaba la comunidad internacional no tenían tanto que ver con las relaciones de poder entre las grandes potencias, sino con los conflictos armados de naturaleza básicamente civil y social que provocaban tensiones regionales, gran cantidad de víctimas civiles, catástrofes humanitarias (emergencias humanitarias complejas), desmantelamiento y fragmentación de Estados, tensiones étnicas y religiosas, inequidades e injusticia social, pésima gobernabilidad y gobernanza, corrupción, etcétera). Conflictos que, de una forma u otra, estaban relacionados con elementos o factores negativos vinculados a los fenómenos de globalización (elementos que en cada caso actuaban como causas últimas o estructurales, bien como intensificadores o multiplicadores, bien como desencadenantes).
El resultado de todo ello es que las definiciones de paz, de seguridad y de desarrollo empiezan a mostrar rasgos análogos: a) se consideran procesos, no estados finales; b) se conciben e interpretan en términos multidimensionales (dimensión positiva y negativa, en el caso de la paz; dimensión social, económica y ecológica, en el caso del desarrollo; dimensión social, económica, ecológica, política y militar, en el caso de la seguridad); c) su realización –el actor referente al que debe proporcionarse o asegurarse paz, seguridad y desarrollo– pasan a ser las personas, o al menos también las personas, y no solo los Estados.
Ante esos nuevos problemas, las doctrinas de seguridad, las estrategias, los instrumentos y las instituciones existentes –en gran parte a causa del lastre de la guerra fría– mostraron ser insuficientes, estar necesitadas de convergencia y, también, de sinergias y alianzas con las nuevas ideas y prácticas de desarrollo y de paz. La noción de construcción de paz (peacebuilding, consolidación de la paz) en un sentido más amplio que el que le darán las Naciones Unidas, y la de seguridad humana entrarán en juego como resultado de ello. Ocuparse de la construcción de la paz, en un sentido que va más allá la ausencia de violencia directa, supone abordar las causas y los factores múltiples que provocan el estallido y surgimiento de la violencia en los conflictos contemporáneos. Dicho prescriptivamente, estos cambios presuponen abarcar el conjunto de esfuerzos de diferentes actores orientados a, en todas las fases de los conflictos socio-internacionales: parar las conductas violentas y/o la escalada de confrontación armada, promover el desarrollo socioeconómico, proporcionar seguridad física a las personas y construir, a largo plazo, una sociedad capaz de gestionar sus conflictos de forma básicamente no-violenta.
Por otra parte, en los últimos quince años, han cambiado sustantivamente los estudios y la práctica del desarrollo y de la cooperación para el desarrollo. Y lo han hecho en una triple dirección. Primero, los estudios sobre desarrollo se han “deseconomizado”, con un creciente protagonismo de la sociología, la antropología y la ciencia política, y de los enfoques globales basados en el fomento de las capacidades y en el logro del bienestar de las personas. Segundo, el desarrollo se ha entendido como un objetivo y proceso en que el protagonismo y autoría fundamental corresponde a los propios países, sectores y comunidades afectadas, de manera que la intervención, ayuda o cooperación de actores externos se entiende únicamente como obstáculo o coadyuvante. Y tercero, la ayuda y la cooperación para el desarrollo han visto como, en un contexto de reducción notoria de los fondos totales a mediados de los años noventa, se ponía en duda su eficacia y eficiencia, se examinaba críticamente su carácter fuertemente fungible, y, pese a ello, se añadían nuevos objetivos y finalidades a las habituales durante décadas (fortalecimiento de la sociedad civil, gobernanza y refuerzo de la democratización y de las instituciones, lucha contra la corrupción y fomento del buen gobierno, rehabilitación y reconstrucción posconflicto armado, empoderamiento, etcétera).
En lo que atañe al desarrollo, ha aparecido una nueva “doctrina”, ampliamente aceptada en los foros internacionales y en los documentos oficiales, aunque aún poco habitual en la práctica real, que puede denominarse desarrollo humano sostenible, que por desarrollo entiende un proceso multidimensional (donde lo social marca los objetivos; la dimensión establece las constricciones de partida y las condiciones de contexto; y la dimensión económica fija los instrumentos, herramientas y algunos fines intermedios), con modelos plurales y derecho a la elección, no necesariamente pensado para el Sur, y donde los resultados no justifican todos los medios (empoderamiento, fortalecimiento de las capacidades, etcétera. El desarrollo, en suma, como derecho y como bien público global. En suma, una doctrina que considera que los estados deben proporcionar, a sus ciudadanos, pero también crecientemente –en clave cosmopolita- al resto de ciudadanos del mundo, dos bienes públicos: seguridad y desarrollo/bienestar.
Resulta pues evidente, la necesidad de llevar a cabo un Máster universitario que desde el enfoque disciplinario de las Relaciones Internacionales y con la ayuda de disciplinas afines prepare a los estudiantes para el análisis de los actores, instrumentos, procesos y estructuras propios de la sociedad internacional, para el conocimiento de los diferentes ámbitos de la vida internacional, en particular de relativo a la seguridad y el desarrollo, así como a su concreción particular en diversas áreas geográficas especialmente relevantes.